miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Vas al 'loquero'...?

Un estigma social

Una conversación entre dos amigas (recreada sobre una experiencia relatada por una cliente, más comentarios de aquí y de allá) :

- ... y ya llevo dos sesiones con este chico y no sé, de momento tengo esperanzas de que vaya bien y pueda dejar atrás (eso que me pasa)
- Pero tía, tanta terapia y tanto rollo, a tí lo que te hace falta es que salgamos un día de fiesta y animarte y verás como se te van todos esos rollos. Has tenido mala suerte con (tu problema) y ya está, otro día tendrás más suerte. Y si vas, procura que no se entere tu hermana ni en el trabajo, a ver si se van a pensar que estás como una moto.

En este breve parlamento se ven muchos de los miedos y preconceptos que se tienen del trabajo sobre la propia conciencia, sobre liberarse de temores y limitaciones producidas por la mente: La persona que va a terapia es, en esta visión, alguien que ha abdicado de su propia soberanía para ponerse en manos de especialistas que, como en el quirófano se extirpa un apéndice, le extirparán el mal mental que le aqueja, o le darán pensamientos dulcecitos, paliativos chapuceros de una vida autosuficiente, espabilada y chulapa.


Junto con la mujer sexualmente activa, el hombre afeminado y venir del pueblo; ir a terapia forma parte de los estigmas cruelmente atizados por la sociedad pasada (y con matices, la actual) contra los diferentes, los humildes y los débiles.

Me quiero centrar en la que nos ocupa ( a pesar de que es muy interesante ver el cuadro completo del control social por la vergüenza ), y espigar algunas posibles raíces de esta manera de pensar sobre el desarrollo personal.

Las razones culturales
Además de periodos históricos autoritarios, tenemos un substrato, querámoslo o no, para bien y para mal, fuertemente católico. En el catolicismo, la cosmovisión oficial es comunicada a los fieles por medio de un delegado de Roma. Cualquier pensamiento propio que se salga de la interpretación que hace el Papa de la Bíblia, es anatema.
Por tanto, no es de extrañar que nos resulte familiar una actitud desigual, unidireccional y absurdamente dogmática en todas las profesiones asimilables al papel de "cura-chamán": desde el "se me toma usted estas pastillas todas las noches" de algunos médicos, al "a tí lo que te pasa es ( y por tanto ) tú lo que tienes que hacer es..." de algunos psicólogos, pasando por por el "así son las cosas, y así se las hemos contado", de algún presentador de telediarios; son actitudes que van cambiando afortunadamente, pero que aún colean, y más en el imaginario colectivo.

Desde esta perspectiva, ir a terapia es casi lo mismo que llevar el PC al técnico para que formatee el disco duro e instale lo que le venga en gana. Obviamente, una opción temible y humillante.

Hay otro facor, más simpático, pero igualmente limitador: Cada pueblo reifica ciertas actitudes, ciertos rasgos de la personalidad como aquellos que llevan la Virtud, en el sentido taoísta de 'Virtud' como aquello que fluye sin obstáculos por estar en concordancia con el sublime orden cósmico.


En el caso de la cultura española, el coraje, el desparpajo fresco y decidido del torero, de la cantaora flamenca, del bandolero romántico, han señalado un cánon vital a muchas generaciones. Si bien la cultura valenciana parece más dada a los aspectos dionisíacos del folklore ( fallas, carnaval, hogueras... ), posiblemente influída por la orientación turística de la economía; también podemos rastrear estas actitudes de heroísmo áspero y descarnado en la voz de cantaores como Miquel Gil o Pep Botifarra.

Y eso ha tenido un lado luminoso, de invitación a la vida, sé tú mismo, escucha tus impulsos, deja salir tu genio creativo, sé genuíno, encara la dificultad, el peligro y el dolor, etcétera; y otro oscuro: no reflexiones, no escuches consejos, minimiza tus defectos hasta que queden fuera de la vista, insensibilízate a tus 'debilidades' (necesidad de amor, de comprensión, de descanso...), y ríete de los demás, imponte, improvisa, alimenta tu ego, que de un sopapo inspirado se resolverán los problemas.

Las razones de la profesión
Hasta hace unos años, es cierto que las herramientas con que contaba la profesión eran de una eficacia modesta. Desde la aparición de la PNL hasta hoy, asistimos al surgimiento de técnicas y formas de trabajo que dan resultados muchas veces fulminantes a muchos problemas. Pero queda un 'establishment' por transformar, y una fama que limpiar, ésa es la cruda verdad: las personas confían poco en las posibilidades reales de la terapia.

Aparte de esto, desde el advenimiento de la Gestalt y los grupos de crecimiento personal, coincidente con el estallido creativo de los '60, siempre han habido una minoría de buscadores verdaderos, que han encontrado en la terapia un camino diferente para realizarse. Pero nunca han pasado de una minoría, inquietante al statu quo, tanto de los estamentos oficiales como de la sociedad. Para casi todos, usuarios y profesionales, la salud mental ha sido una cuestión de mínimos, para poder soportar una vida 'más o menos bien'.

Todo va cambiando, y la idea de trabajar con la propia mente y la propia vida deja de ser una tarea exclusivamente de curas y monjas, psiquiatras excéntricos, o filósofos barbudos, para ser, de la mano de nuevos profesionales, de los grupos de crecimiento, libros de autoayuda, el coaching, la risoterapia, reuniones de meditación... una tarea íntima y libre, una aventura personal con un abanico de opciones entre las que elegir.

Las razones neuróticas
'Neurótico' es un término útil en tanto que nos señala la polaridad contraria a la Virtud, tal como la hemos descrito arriba: una forma de estar en el mundo que produce dolor, una interpretación pobre y distorsionada de la realidad interna y externa que lleva necesariamente al fracaso en todos los ámbitos: relaciones, metas, realización existencial.

No es, por tanto, una calificación moral, ni como era originalmente, una justificación fisiológica de los males existenciales de las personas ( que evidentemente no tienen su origen en el funcionamiento de las neuronas, sinó en instancias más sutiles de nuestra naturaleza ). Y en definitiva, el término alude a todas nosotras en mayor o menor grado, en tanto que seres imperfectos. No hay por tanto una línea divisoria entre sanos y neuróticos.

Hecha la aclaración, dejo hablar a la gran psicoanalista Karen Horney:

" ( el paciente ) Inconscientmente insistirá en que el analista exagera la magnitud de sus conflictos, que él estaría perfectamente si no fuese por las circunstancias exteriores; que el amor o el éxito le quitarían la desdicha; que puede evitar conflictos apartándose de la gente; que aunque pueda ser verdad que no se puede servir a dos señores a la vez, él, con sus ilimitadas capacidades de voluntad e inteligencia, lo conseguiría. O puede sentir - también inconscientemente - que el analista es un charlatán o un bobo bienintencionado que simula un optimismo profesional; que debe saber que el paciente no tiene cura (...)."
("Nuestros conflictos interiores", pgs. 167-168; ed. S. XXI)
Si esto lo pensamos cuando nos decidimos a ponernos en terapia, ¿qué no pensará la inmensa mayoría de personas que ni siquiera se lo plantean? Aventuro que piensan que quien se pone en terapia es porque, por debilidad, por incapacidad, ha dejado que se rompiera la red de fantasías que nos separa de la realidad - y por tanto, del terror, la autocondena y la locura.

Para mí, las personas que han (hemos) decidido ponernos en terapia no eran más sanas ni más enfermas que el promedio de la población, pero por los misteriosos designios de la vida, han reunido la lucidez, la responsabilidad, la autoestima, la información, y especialmente el coraje de tirarse a la piscina. O dejar de huir de los fantasmas, dar media vuelta y plantarles cara. Es el 'Yihhad' o lucha interior de los sufís; la 'Batalla del Amor' de los maestros amazónicos, el 'Viaje' arquetípico de los héroes míticos, como Jason, Aladino, Alícia o Frodo.

Por tanto: Felicidades! Si estás en el camino de buscar ayuda para resolver tus dificultades, ánimo y piensa que nadie avanza en esta vida sin la ayuda de otros; y sobretodo, que mereces la consideración de ser la vanguardia de una sociedad mejor.