miércoles, 4 de enero de 2012

Carta de un cliente a su terapeuta




Una explicación

A riesgo de resultar chocante, pienso que escribir sobre las inquietudes, las frustraciones y esperanzas que imagino "al otro lado del espejo" puede ser un ejercicio saludable y clarificante para ambas partes. Es, realmente, una aplicación escrita de la conocida técnica del "hot seat", o silla caliente, en la cual la persona que pretende explorar su realidad (cliente o paciente) pone una instancia no-yo en la silla (por ejemplo, un pariente, un dolor de cabeza, un tic nervioso, una obsesión, un fragmento de un sueño), y dialoga con ella.
El objetivo es saltar la barrera de la propia identidad, para acceder a experiencias, conocimientos y puntos de vista enriquecedores. La presuposición de este trabajo es que tenemos acceso a mucha más información de lo que nuestra rutina mental nos permite imaginar.
Otro propósito de este ejercicio es vernos reflejados en la fantasía de otro: el contraste entre como creo que me ven los otros, y cómo me explican los otros que me ven a mí, puede ser sorprendente, y espantar de un plumazo un montón de ideas deformantes y punitivas.
Y si, en fin, puedo escribir esto es porque yo también he sido (y sigo siendo) un paciente de otr@s, y un constante aprendiz, con curiosidad y humildad.


Querido terapeuta...
"Me ha costado mucho ponerme en contacto contigo. De hecho, si no fuese porque los síntomas no me dejaban hacer una vida normal, no te hubiese llamado nunca. Me mina la autoestima no tener el autodominio suficiente para dejar de hacer lo que hago, me avergüenza ser vencido por una fuerza incontrolada en mí. Si por lo menos pudiese aparentar normalidad ante los demás, quizá todo estaría bien.
Después, no sé quién eres en realidad. Ahora que te he conocido, pareces una persona afable y comprensiva. Incluso pareces capaz. Pero es que tú no me conoces, la naturaleza de mi sufrimiento no es como la de otras personas: yo soy especialmente malformada, especialmente culposa, especialmente, un caso perdido.
Me da miedo que, o bien no seas capaz de ayudarme o bien, mi mal sea incurable. Me da miedo enfrentar este diagnóstico final. Me da miedo confiarme y que me dejes caer. Me da miedo que seas uno más de los que se han acercado a mí para, al final, acusarme de no querer cambiar y abandonarme por imposible.
Pensando todo esto, imagina qué ingente acumulación de coraje he tenido que hacer para dar este paso.


Porque yo, a pesar de lo que diga o haga, soy una persona muy delicada y vulnerable. Tengo, presentes o soterradas, unas fantasías de grandiosidad que no te confesaré, ya se han reído bastante de mí. Además, tampoco me han aportado gran cosa. Espero que tú me enseñes otra manera, diferente del desprecio y de la grandiosidad.
Tienes una pinta rara, no sé dónde encajarte en el tipo de personas que conozco, y a veces no sé cómo tomar tus bromas. A veces me caes bien, a veces me irritas. No me falles. En principio venía aquí a extirpar una parte fea de mí, para funcionar bien, como todo el mundo, para seguir adelante con paso ligero, triunfando en la vida, sin girarme a ver de dónde vienen los gemidos espeluznantes que salen de mi oscuridad. Y tú me dices que no huya, que vayamos justo allí, sin linterna ni quinqué, solo abriendo mucho los ojos y acostumbrándolos a las tinieblas.
Si sigo viniendo es porque, como un sabor nuevo y sorprendente, en algún momento de la terapia me ha pasmado una sensación fugaz; fugaz, pero suficiente para volver a sentir la sed de vivir, tanto tiempo rendida a un gris simulacro.
Lo que he sentido es la esperanza de ser, de por fin ser sin compresión, sin porqués, sin excusas ni ornamentos, ser, ser yo misma.
Y ahora que lo pienso, quizá sea esa sed la que me ha traído aquí.
Gracias por acompañarme en esta empresa. Tengo la sensación de que juntos venceremos!"


Epílogo
Insisto, por si alguien se ve particularmente reflejado, en que me he basado principalmente en mi experiencia como paciente/cliente de terapia. Si todas las personas nos podemos sentir reflejadas en esta carta, habrá que concluir que estamos ante una pandemia, y si esto es así, necesariamente nuestras formas habituales de relacionarnos, nuestros valores sociales, nuestra cultura, vaya, debe ser cómplice en la transmisión de los gérmenes. A mi modo de ver, hacer terapia es una forma de cambiar la sociedad hacia una cultura más respetuosa, más viva y auténtica.
Porque cuando obramos de corazón, siendo nosotros mismos a pesar de los condicionantes externos, no importa lo que nos digan: hemos dejado una pequeña semilla de luz en el alma de las demás.

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